Esta es la historia de un sabado
de no importa que mes
y de un hombre sentado al piano
de no importa que viejo cafe.
Toma el vaso y le tiemblan las manos
apestando entre humo y sudor
y se agarra a su tabla de naufrago
volviendo a su eterna cancion.
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Al final todo se reduce a la piedad filial. Me pregunto que pasa cuando transitamos en un camino de un solo sentido y sin retorno, entre dos lugares; de la consciencia a la locura. En el caso senil creo que se pasa del mundo de los problemas, a un estado de ensoñación constante, en que al menos se tiene un ápice de lucidez en que se toma conciencia de los propios padecimientos.
Esto no es una metáfora mas con las cuales disfrazo la vida, esto es la vida misma disfrazada por la locura. Es la historia de un viejo más, mi abuela, una mujer de allá de los años 30. Mujer que llegó del campo a la ciudad tras una infancia más sufrida que feliz, sintiéndose siempre un patito feo, y cargando la misma mochila que O´Higgins. Una educación transada a los mercaderes de las oportunidades y el dolor de un matrimonio no tan feliz, fueron una de las muchas piedras que toda su vida ha cargado y no se si aún las mantendrá o se habrán evaporado a baño maría, en los días que en la seguridad de su hogar e inseguridad de su mente convivió con el enemigo.
Que dolor debe ser, el saber que mientras se transitaba por caminos rurales, los otros corrían por grandes autopistas, y que al final se nos prometía una vía de cosechas, pero nos dimos cuenta que íbamos en bajada. Y esa bajada fulminante en que no hay retorno, esa bajada de lucidez, en que se es conciente que algo está fallando, que los fantasmas a los que se les temió toda la vida, hoy vienen, y efectivamente vinieron a hacernos la vida imposible. Para mi abuela el fantasma de la discreción en exceso, encarnado en su vecina, sin límites entre la realidad y la ficción del daño causado por este ser, vino a visitarla durante tres días, de forma despiadada; la consumió entera, le quitó 10 años de una vez, la dañó, la tiro al suelo y al parecer finalmente la despojó de su joroba de dolores. ¿Qué nos queda ahora, qué le queda ahora?; liberarse y liberarnos de nuestros orgullos.
Somos niños, adultos, tenemos hijos, envejecemos,…, y volvemos a ser niños; somos, en ésta última etapa, inocencia absoluta, dependientes de nuestros padres, de ahora en adelante nos bastará-y le bastará- con tener un día bonito, mirar el sol, sentirse querido y saber que los fantasmas son vencidos día a día, pero ya no por nosotros, sino por los nuestros, que cargarán nuestras batallas y nos dibujarán el mundo minuto a minuto.
Esto no es una metáfora mas con las cuales disfrazo la vida, esto es la vida misma disfrazada por la locura. Es la historia de un viejo más, mi abuela, una mujer de allá de los años 30. Mujer que llegó del campo a la ciudad tras una infancia más sufrida que feliz, sintiéndose siempre un patito feo, y cargando la misma mochila que O´Higgins. Una educación transada a los mercaderes de las oportunidades y el dolor de un matrimonio no tan feliz, fueron una de las muchas piedras que toda su vida ha cargado y no se si aún las mantendrá o se habrán evaporado a baño maría, en los días que en la seguridad de su hogar e inseguridad de su mente convivió con el enemigo.
Que dolor debe ser, el saber que mientras se transitaba por caminos rurales, los otros corrían por grandes autopistas, y que al final se nos prometía una vía de cosechas, pero nos dimos cuenta que íbamos en bajada. Y esa bajada fulminante en que no hay retorno, esa bajada de lucidez, en que se es conciente que algo está fallando, que los fantasmas a los que se les temió toda la vida, hoy vienen, y efectivamente vinieron a hacernos la vida imposible. Para mi abuela el fantasma de la discreción en exceso, encarnado en su vecina, sin límites entre la realidad y la ficción del daño causado por este ser, vino a visitarla durante tres días, de forma despiadada; la consumió entera, le quitó 10 años de una vez, la dañó, la tiro al suelo y al parecer finalmente la despojó de su joroba de dolores. ¿Qué nos queda ahora, qué le queda ahora?; liberarse y liberarnos de nuestros orgullos.
Somos niños, adultos, tenemos hijos, envejecemos,…, y volvemos a ser niños; somos, en ésta última etapa, inocencia absoluta, dependientes de nuestros padres, de ahora en adelante nos bastará-y le bastará- con tener un día bonito, mirar el sol, sentirse querido y saber que los fantasmas son vencidos día a día, pero ya no por nosotros, sino por los nuestros, que cargarán nuestras batallas y nos dibujarán el mundo minuto a minuto.
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